Abuso del debido proceso arbitral
22.12.2022
Dilatar, dilatar, dilatar… Una parte procesal, cuando es animada por la mala fe, no quiere que su caso se arbitre con rectitud y aplicando el contrato en el marco del derecho vigente, solo quiere confundir, aburrir y alargar la decisión que, intuye o sabe, le será contraria.
Por eso, este tipo de litigante hace articulaciones como las siguientes:
a. Oponerse al arbitraje con razonamientos espúreos o intrascendentes.
b. Cuestionar la imparcialidad del tribunal mediante causas frívolas o irrelevantes. Por ello promueve recusaciones que deberían ser rechazadas liminarmente.
c. Cuestionar la flexibilización de plazos dispuestos por el tribunal, apelando a una supuesta “parcialización” cuando el tribunal ha decidido una extensión con la que cuenta no solo una parte, sino ambas.
d. Presentar escritos con desorden y desdén, reconsideraciones de reconsideraciones anteriormente resueltas, argumentos repetitivos o intrascendentes.
e. Pretender incorporar prueba extermporáneamente, alegando “nueva prueba” o “derecho a probar”, cuando en realidad no presentó la prueba de la que disponía oportunamente por mera negligencia.
f. Pedir constantemente reprogramaciones de audiencia, incluso cuando concordó previamente un calendario procesal, alegando que su abogado se enfermó, que está de viaje o simplemente no está disponible, sin probarlo. Incluso pide reprogramaciones “horas antes de la audiencia”.
Cuando el tribunal rechaza estas practicas viciosas, el litigante de mala fe alega “violación del debido proceso” sin más… ¿Cuál es la cura frente a esta paranoia?
El tribunal debe preguntarse si ha violado alguna de estas garantías: el derecho a un tribunal imparcial, a ser oído, a probar oportunamente o a ejercer contradicción, a decidir motivadamente y en plazo razonable o a hacer viable la ejecución del laudo.
Si el tribunal ha respetado a conciencia todas estas garantías, nada debe temer. La parte viciosa seguirá reclamando y amenzando al tribunal con la futura anulación del laudo, anulación que nunca llegará porque no hay causa auténtica para anularlo.
La mejor forma de conducir un arbitraje es respetar los acuerdos entre las partes, entender la justicia, siempre opinable y esquiva, al menos como una imparcialidad firme y serena que respeta todas esas garantias que son, al final del día, tan manoseadas entre nosotros.
No dilatemos nada, salvo que haya una razón justificada. Un arbitraje pronto y cumplido es lo que partes, en buena fe, esperarán de un tribunal imparcial.